Alma de artista

 

Si miras desde fuera una sesión de la Lanzadera, podrías deducir muchas cosas de las personas que estamos allí. Hay gente con cuaderno, gente con ordenador y gente sin nada donde escribir. Hay móviles y libros apoyados en las palas de las mesas, gente hablando, bolsos en el suelo y ella dibujando.

 

Beatriz Casanova llegó al equipo en mitad del programa y entró como es ella, callada y observadora, absorbiendo la realidad que le rodea casi sin que se note. Sensible, como solo pueden serlo los que se dedican al arte, se evade de las cosas obvias y la confunden con alguien distraído. Pero si miras bien, puedes ver cómo la maquinaria del pensamiento lateral no deja de bullir en su interior, como si las musas se hubieran afincado para siempre en su cabeza.

 

Lo del arte le viene de su madre, que también pinta, y que la apuntó a clases de plástica siendo una niña, aunque ya tenía claro que lo de ir de acá para allá siempre con pinturas en la mano no era simplemente un hobby. Y aunque acabó restaurando y conservando obras ajenas, nunca ha dejado de pintar. Ni de esculpir. Ella dice que anda falta de espacio, pero eso no ha sido nunca un impedimento para los que se dedican a cumplir sus sueños. Cambia el óleo por tinta para plasmar su pasión sobre telas de estampado vintage y el mundo se desdibuja a su alrededor. Crear la libera, es la paz de los artistas.

 

 

Así que si miras en nuestro aula, la encontrarás dibujando espirales en la portada de su cuaderno. Si te fijas un poco más, puede que encuentres restos de tinta en sus dedos, recuerdo de una tarde anterior inspirada. Y si profundizas de verdad, puede que tenga el mismo efecto que la “Galatea de las esferas”, y te des cuenta de que toda ella es arte.