EL GRAN REGALO

Como muchos ya sabéis, el espacio de la Lanzadera se encuentra en el Hogar de los Mayores de Moralzarzal. Ellos, que tanto nos han dado a lo largo de toda su vida, también comparten con nosotros su precioso espacio. Pero no se conforman con esto. Cada día y cada minuto que pasamos allí, recibimos su apoyo en esta gran empresa en la que estamos embarcados, con su constante sonrisa, con sus palabras de aliento, con sus conocimientos y experiencias que no dudan en regalarnos. Conversaciones de pasillo, talleres conjuntos, algún que otro cafetito y mucho, pero que mucho cariño.

Amparo, una de nuestras más queridas, es una de esas personas que nunca escatima su tiempo. No sólo regala a sus coetáneos sus clases con esa pasión de quién tiene una vocación maravillosa, además siempre que nos cruzamos, no duda en dejarnos alguna perlita de esas que te dejan pensando varios días. Esa frase perfecta para subir el ánimo, esa experiencia vital que te muestra justo lo que necesitas ver, ese punto de vista que nunca te habías planteado…

Ella, además de enseñar, escribe (no deja de sorprendernos), sin ir más lejos, en la revista de este mes de Moralzarzal nos encontramos un artículo suyo con una reflexión que nos ha conmovido. Y lo ha hecho por muchas y obvias razones, pero sobre todo, porque nos muestra una realidad que a veces no somos capaces de ver, dándonos una valiosa lección en la que trabajamos aquí cada día: “Expresar nuestros sentimientos y nuestras necesidades es valiente, es precioso, y nos ayuda a entendernos en todos los contextos de nuestra vida"

Hoy queremos compartirlo con vosotros y darle las gracias a ella y a todas las personas del Hogar de los Mayores de Moralzarzal por su generosidad y su aliento diario. Gracias, gracias, gracias

AÑO DE NIEVES…

Hemos oído esta frase convivir entre nosotros últimamente. Pensábamos que con el cambio climático la nieve nos iba a abandonar, pero una vez más la naturaleza nos ha demostrado que quien manda es ella, y aunque el año pasado no la vimos, este año ya llevamos unas cuantas buenas nevadas.

Nuestras montañas nevadas se han vestido de blanco hermoseando el paisaje descaradamente, las calles cubiertas y los copos cayendo, obligándonos a contemplarlo todo desde casa, al calor de nuestro hogar, haciéndonos sentir felices al estar cobijados y calentitos contemplando tanta belleza.

Pero al mismo tiempo nos damos cuenta que estamos aislados, no nos atrevemos a salir. Las caídas a nuestra edad nos dan mucho miedo. NO QUEREMOS DEPENDER DE NADIE.

Somos una generación que ha estado tan sometida, sobre todo las mujeres (a los padres, a los maridos…) que no queremos tener que depender de nadie, aunque solo sea por el mero hecho de una caída, por eso nos autoprotegemos quedándonos en casa.

Lógicamente nuestra mente no se queda quieta y empezamos a darle vueltas algunos temas. ¿Se acercarán nuestros hijos para ver si necesitamos algo? No, seguro que nos llaman, como es lógico les diremos que no necesitamos nada, solo a ellos (pero esto último nos lo callamos), y seguimos demostrando que somos una generación fuerte.

Tuvimos que serlo para luchar como luchamos contra las normas que nos obligaban a depender de nuestros mayores primero y de nuestras parejas después.

Por eso nos empeñamos en formar a la generación siguiente, fuerte e independiente. No queríamos que ellos pasaran por lo que nosotros habíamos pasado

Queríamos prepararles para una vida en la que no dependieran y lo conseguimos. Nosotros tan dependientes formamos una generación totalmente independiente.

Las consecuencias de esto es que hemos escondido muchas veces detrás de un aire de suficiencia, nuestros auténticos sentimientos, y ahora no sabemos como decirles que los necesitábamos, que nos gusta que nos hagan mimos y en algunos momentos queremos sentirnos pequeños/as  protegidos/as por aquellos que tanto amamos.

Aceptémoslo,  y sobre todo no nos quejemos, actuamos según el momento que nos tocó vivir, hicimos las cosas lo mejor que supimos y no le demos más vueltas.

Pero debemos estar orgullosos de formar generaciones más luchadoras, y capaces.

Si en algún momento  tenemos que reconocer que no somos tan duros/as como parecemos, digámoslo y pidamos esa caricia, ese mimo o esa ayuda que necesitamos. Sin que ello nos avergüence.

Amparo Jiménez Arias