Se quedaron en el camino.

 

Jorge Guinaldo Isabel (*)

 

“A lo mejor no hay que hacer visible lo invisible, sino invisible lo visible”

Todo empieza por una hemorroide, sí, una almorrana si se prefiere, pero que en vez de concretarse en dónde ya se sabe, se presenta en el cerebro. Una variz o inflamación de una vena allá arriba que empieza por provocarte un intenso malestar del que no sabes como librarte ya que aquí no valen rascados intensos ni alivios manuales.

Pero pica, vaya si pica. Entonces uno acude a internet, a libros, al cine, a lo que le rodea, todo con la desesperada intención de reducir esa inflamación mental que te produce el andar detrás de una idea y no ser capaz de visualizarla, de concretarla en limpios y ajustados caracteres gráficos.

Y observas y analizas y piensas, pero la malnacida almohadilla de tejido submucoso persiste en ser persistente. Cuanto mayor es el esfuerzo que empleas en evacuar conceptos y soluciones gráficas más intenso es el enrojecimiento. Porque a la hora de ser creativo es sanísimo expulsar ideas en un torrente ininterrumpido de creatividad mental, pero no hallarás el final de tus dolores y la desaparición completa de tan molesta amiga inflamada hasta que seas capaz de contenerte y dar a luz el diseño final.

Por eso idear, crear, es como ca…tapultar respuestas. Una diarrea perenne que solo cesa cuando das en el blanco; o crees dar, claro, porque aquí no valen matemáticas, algoritmos precisos y perfectos. Cuando diseñas engañas para contar verdades.

Mostrar las ideas (abortos y eructos incluidos) que se quedaron en el camino, la génesis de todo concepto que conducirá al golem final, es siempre un acto de desnudamiento, marcado por una inflamación crónica.

Los bocetos y dibujos previos a una pintura, los borradores de una obra escrita, los compases iniciales de una partitura, son fulgores de alumbramiento enrojecido pero también de duda.

Y enseñarlos, desnudándose ante el ojo público, es también un acto de impudicia. El descaro de quien se sabe imperfecto y no solo no lo oculta sino que lo declara sin ambages.

En el diseño también ocurre así, más prosaico quizá, pero no menos intenso. Así que me atrevo a mostrar esos logotipos descartados que llevaron a la elaboración final de la marca de nuestra lanzadera.

Y que nadie se ruborice, por favor…

Moraleja, no te avergüences de tus hijos perdidos, de aquellos que no salieron tan perfectos como hubieras querido, los que se extraviaron y se quedaron en el camino, porque también ellos son al fin y al cabo, tuyos.

(*) Diseñador Gráfico.