Mi Lanzadera. Capítulo II

Teníamos para el 17 de mayo una cita importante en la Lanzadera de Telde: venían María y Minerva, de RRHH del Grupo Domingo Alonso, a hablarnos sobre su empresa y su proceso de selección de personal, uniéndosenos, además, las otras dos lanzaderas de la isla. Para después teníamos un desayuno con todos, que las presentaciones quizá entren mejor entre bocado y bocado.

Para la ocasión, yo había preparado una camisita muy mona, vamos, que parecía un niño bien listo para ir el domingo a misa. Pensaba hablar con ellas y, claro, había que dar una buena impresión. Pero el día no empezaba del todo bien para mí. Ya una vez con la cara hecha un primor, peinado con Nenuco y con mi camisa de bonito, me pide mi abuela un vaso de leche. Claro, ve tú a decirle que no a una abuela. Así que ahí que voy a servírselo como el niño bueno que soy. En fin, que llámalo torpeza, llámalo cosas del destino, hago que la leche salpique y me deje un lamparón importante en la camisa. A ver, calma, Aday, que es muy temprano aún como para ponerse nervioso. No pasa nada, no puedo llevar mi camisa, pero tengo aquí otro de mis famosos polos, que me sirven tanto para irme a hacer la compra como para un evento importante. ¿Por qué no? Eso es lo que entiendo yo por casual wear
Una vez hecho el cambio, cojo mi mochila y me dispongo a bajar y coger la guagua. Pero Dios, en su plan divino, quiso que la guagua se adelantara y no llegara a cogerla. No solo eso, sino que quiso que la viera llegar e irse desde las ventanas de las escaleras de mi edificio, haciendo que se me quedara cara de tonto, como si fuera el torpe protagonista de una comedia, ese con el que el público empatiza por su patetismo pero al que al final le sale todo bien. Pero a ver, que sigue siendo demasiado temprano para dramas. Así que nada, decido llegar a la parada igualmente, que dentro de poco pasa otra y llego a tiempo. Que no cunda el pánico.

Llego a la parada y me digo que es buen momento para escuchar algo de música. Así me relajo y mi mañana cambia un poco. Meto la mano en mi mochila y saco el reproductor a la primera. Intento hacer lo propio con los auriculares, pero... aquí no, a ver si aquí detrás de la cartera... no... igual aquí donde... no... bueno, será en el otro bolsillo... no... pero detrás del... no... Habré mirado mal. El bolsillo pequeño de nuevo. Tiene que estar ahí. Eh... no. Vale, vale, vale. A ver. Es momento de reconocer que los auriculares no están. No sigas buscando, que no están. Vale, Dios, o sea que tu plan divino incluye que me manche la camisa de bonito, que la guagua se me adelante y no llegue a cogerla y que se me olviden los auriculares. Líbrame de meterme en tu magnífico plan, ¿eh?, que no soy nadie para ello, pero llevar esta mañana sin que encima pueda yo escuchar a Justin Bieber, Rihanna o Raphael en esa batidora posmoderna que es mi reproductor, pues mira, no.
Pero nada, Aday, respira. No pasa nada. Todo esto va a mejorar. El día solo está empezando. Hagamos una cosa: piensa en el brownie de Ani, venga, que eso anima a cualquiera.

La cosa es que la guagua... ya debería venir, ¿no? Sí... a esta hora... sí, debería estar aquí, sí... Pero no viene, no. Bueno, no tardará... o... sí, está... está tardando, sí... Pasan los minutos. Sigue sin venir. Vale, Dios, es que esto ya... primero camisa que se mancha de leche, luego guagua que se adelanta, luego auriculares que no están, que mira que yo creo que los metí a la mochila, empiezo a pensar que tú mismo los sacaste de ahí, y ahora guagua que se retrasa. Tu plan no me gusta nada. Lo siento. Tenía que decirlo.
Llega la guagua a deshora, pero va, llega. Estaré en el acto tarde. Pero estaré. Haré aparición estelar. Como en una película de instituto americano cuando la estrella del equipo de fútbol llega tarde a la final del campeonato porque tiene problemas con su padre, pero juega los minutos finales y remonta el resultado adverso logrando la victoria. Ese seré yo hoy.
Aunque ahora que me doy cuenta, me empieza a doler un poquito la cabeza. Y la guagua tiene que parar en cada maldita parada. No se pasa una. Y en tooooodas las paradas entra muuuucha gente, y tooooda esa gente no paga con bono o con la cantidad exacta, no, todos necesitan cambio, retrasando el viaje, como si los que estuviéramos aquí dentro no tuviésemos nada que hacer... Vale. Calma. Caaaaalma.
 

Finalmente llego. El acto ya está bastante avanzado, pero seguro que queda lo mejor. 
Se organiza una dinámica. Un ejemplo de lo que hacen en sus entrevistas a candidatos. Yo no me ofrezco, entre otras cosas, porque oye, llego el último y tampoco voy a ir de enterado. Pero Yurena me dice VENGA, ADAY; y la voz de Yurena es sagrada. Chúpate esa, Dios.
Ahí que voy. Me siento al lado de Brenda, que no saluda con un BUENOS DÍAS, ni HOLA, ni ¿QUÉ TAL?, no, sino con AY, ESTE BICHO NO. Pero se lo perdono, porque no sabe lo que dice. Nos explican la dinámica: lo resumo en que nos daban un rol a cada uno de los diez participantes y debíamos defender por qué debíamos morir en último lugar en una situación que nos proponían. Me parece diver. Yo soy una soldado del ejército de tierra con esquizofrenia. Defiendo mi candidatura creo que de forma sólida, e incluso intento cambiar la dinámica para salvarme y ofrecer salvación al resto. Estratega que es uno. Pero mis compis pasan de mí. Que se lo perdono, ¿eh? Ya luego entre brownie y brownie intentaría convencerles mejor.
Para la siguiente dinámica me retiro. Ciertamente, ni siquiera entiendo bien de qué va. Debido a que mi dolor de cabeza está aumentando y no pongo toda mi atención a la explicación. Pasan los minutos, los compañeros se preparan y comienzan. Mi cabeza me está jugando una mala pasada. No atiendo bien. No sé bien qué hacen. La dinámica termina y es el turno de las preguntas. A mí, siendo sincero, ninguna pregunta ni respuesta me interesa en ese momento. Me va a estallar la cabeza. Tengo a Mari Carmen al lado. Pienso que, en cuanto termine esto, le pido un ibuprofeno. Porque a ver, Mari es madre y, por tanto, lleva bolso de madre, y en un bolso de madre hay de todo. Eso es un universo aparte. Así lo hago y, efectivamente, claro que tiene. Me levanto con ella para ir hacia el aula, donde tiene el bolso. Lo hago con cierta dificultad. Pero va, Aday, que no te vas a caer, no exageres. Mari me da la pastillita, busco agua y me la tomo.
 

Con la pastilla en el cuerpo, me digo que nada va a salir mal. Ahora me pongo a charlar con los compañeros, luego me presento a las chicas de RRHH, como brownie... OH, OH. Espera. Que igual sí que me voy a caer. Busco una silla y planto ahí mi cuerpo. La cabeza me estalla. Mi cuerpo está vacío, inerte. Soy como un muñeco hinchable en ese momento. Siento mucho calor y a la vez frío. Como si eso fuera siquiera posible. El primero en acercarse es Melo, que se preocupa y, amablemente, me trae un vaso de refresco por aquello del azúcar. Y llega a ofrecrme una piedra. Una piedra. Por los minerales, dice. Oye, que igual tiene razón, pero meterme una piedra en la boca... no, tío, gracias. Luego Lidia, que incluso busca las llaves del aula para que entre y me tumbe ahí. Se lo agradezco, claro, pero ni siquiera estoy seguro de poder levantarme en ese momento. La siguiente es Brenda, que, sin haberse dado cuenta de mi momento moribundo, bromea preguntándome si estoy amargado hoy o qué me pasa. Mi reacción, claro, es querer explicarle lo que me está ocurriendo, como una persona normal. Pero no puedo. Las palabras no me salen correctamente, ni siquiera las pienso con claridad. Así que mi respuesta es un balbuceo absurdo del tipo EH... NO... ESTOY... EH... La cara de Brenda, que se me había acercado sonriente y amable, ahora es muy seria y preocupada. Ver cómo su cara cambiaba de cero a cien en dos segundos me hizo pensar en lo peor.  Cómo me habrá visto, menuda cara tendré.

A partir de ahí se vino una sucesión de recomendaciones a las que yo, sin poder hablar bien del todo aún, solo sabía responder con un "no te preocupes, gracias", de caras entre amabilidad y preocupación, de palabras amigables y gestos cómplices de todo un grupo amoroso, que damos ya hasta cosa de lo empalagosos que somos.
Me fui recuperando poco a poco. No pude presentarme al Grupo Domingo Alonso porque, claro, imagínate tú plantarme antes ellas y decirles: eh... que... o sea... yo...; y eso con mi cara de zombie. No hubiese quedado bien. Se perdió una oportunidad, pero habrá más.

El día terminó saboreando esas maravillas en forma de brownie de Ani, que seguramente elegiría antes que un contrato de trabajo y ante los que jamás respondería con un "no te preocupes, gracias", para qué engañarnos. Y adaptando el Despacito con Goretti y Ana, sacando nuestro máximo flow a veces escondido.
Vamos, lo que le faltaba a la Lanzadera: una experiencia cercana a la muerte, con su luz al final del túnel y todo.

Aday Machín.